Recuperar el olfato

Un dispositivo semejante a un implante coclear permitiría percibir de nuevo los olores.

 

uando Scott Moorehead explica a otros que no percibe ningún olor, suelen bromear sobre lo afortunado que es: los pañales sucios o las ventosidades no son problema para él. «Todos son muy ocurrentes», afirma con un retintín de sarcasmo. Pero su carencia total de olfato también significa que es incapaz de detectar una fuga de gas o notar si la comida se está quemando. Es consciente de su olor corporal, así que pasa por la ducha a menudo. Y ha tenido que abandonar una de sus aficiones favoritas: degustar vinos de sabores exóticos.

Después de que una conmoción cerebral le dejara esta secuela hace seis años, lo perdido ha superado lo imaginable. «Saber que nunca volvería a sentir el aroma de mi mujer o de mis hijos» resultó difícil de asumir.

Los nervios olfativos suelen regenerarse tras una lesión, pues acogen algunas de las únicas neuronas que se renuevan con rapidez, pero la suya era demasiado grave: padece anosmia, la pérdida absoluta del sentido del olfato. Ahora participa en un esfuerzo incipiente, a cargo de las facultades de medicina de las universidades de la Mancomunidad de Virginia (UMV) y Harvard, que persigue crear un implante que ayude a los afectados por lesiones cerebrales a percibir de nuevo los olores cotidianos.

El estudio del olfato lleva décadas de retraso con respecto al de la visión o la audición, explica Joel Mainland, neurocientífico especializado en este sentido y miembro del Centro de los Sentidos Químicos Monell, en Filadelfia, ajeno a este nuevo trabajo. Los estudios reciben menos financiación que las investigaciones destinadas a otros sentidos, afirma. Además, en el olfato intervienen multitud de componentes sensoriales: mientras que la visión exige el concurso de tres tipos de receptores, en el gusto participan 40 y en el olfato, 400.

Sorprende el gran número de personas que padecen problemas olfativos, hasta el 23 por ciento de la población mayor de 40 años de EE.UU., según un estudio a escala nacional, o el 62,5 por ciento de los mayores de 80, según otro. El deterioro es fruto de las lesiones, los problemas sinusales crónicos, la herencia o el envejecimiento, afirma el catedrático de la UMV Richard Costanzo, estudioso del olfato desde hace cuarenta años y codirector de la iniciativa que persigue construir el nuevo aparato. A menudo tildado como intrascendente, el olfato contribuye al gusto, por lo que las personas con anosmia corren el riesgo de sufrir desnutrición o aislamiento social, explica.

Existen tratamientos regenerativos, aclara Mainland, como el entrenamiento olfativo, en que el afectado es expuesto reiteradamente a ciertos olores y practica para reconocerlos. Otras intervenciones pueden revelar las causas concretas de su pérdida, como la sinusitis crónica. Pero para quien ha sufrido daños como los de Moorehead, ningún tratamiento resulta eficaz.

Como cualquier otro sentido, la captación del olor consta de varias fases. Los aromas, técnicamente moléculas olorosas, penetran a través de la nariz o la boca y atraviesan una capa mucosa antes de fijarse a las neuronas dotadas de receptores olfativos. El contacto desencadena señales eléctricas que alcanzan ciertos puntos del bulbo olfativo del cerebro. «Una neurona puede responder a una galleta de chocolate pero no a un bizcocho, mientras su vecina puede hacer lo opuesto», explica Eric Holbrook, jefe de rinología en el Hospital de Oftalmología y Otología de Massachusetts y profesor adjunto en la Escuela de Medicina de Harvard. «Probablemente una neurona responda a varias sustancias, pero tienen cierta especificidad.»

Holbrook, que colabora con el equipo de la UMV, intenta hallar un atajo para estimular el bulbo olfativo y evocar así una sensación de olor. La meta planeada es un análogo del implante coclear: un aparato electrónico que restaura en parte la audición al convertir los sonidos en señales eléctricas que el cerebro interpreta. Los investigadores de la UMV y de Harvard esperan convertir las sustancias olorosas en impulsos eléctricos susceptibles de ser transmitidos e interpretados. Holbrook publicó el pasado febrero un estudio en International Forum of Allergy and Rhinology en el que planteaba que la electroestimulación de la cavidad nasal y los senos circundantes puede hacer que una persona sana perciba olores, aunque no estén presentes en realidad. Dista mucho de ser la recuperación del olfato perdido, pero es un paso importante, asegura Holbrook.

Un implante coclear consta de un procesador de sonidos externos, colocado detrás del pabellón auditivo, que alberga un micrófono y un microprocesador. Este componente transmite señales a un elemento interno situado bajo la piel que estimula los nervios de la cóclea o caracol, el órgano que convierte las vibraciones sonoras en impulsos nerviosos. De modo similar, el equipo conjunto de UMV y Harvard concibe un aparato colocado bajo la nariz, o en unas gafas, que incluiría un sensor de olores y un pequeño microprocesador externo, así como un componente interno que estimularía puntos del bulbo olfativo, explica Costanzo.

Daniel Coelho, cirujano de implantes cocleares en la UMV que colabora con Costanzo, opina que es preciso refinar los sensores para que distingan un número suficiente de olores, pues de lo contrario su utilidad sería escasa. El plan consiste en miniaturizar y acelerar el procesamiento olfativo a semejanza de las llamadas narices electrónicas, usadas en la detección de explosivos o de alimentos en mal estado. Además, los inventores deben determinar el mejor modo de implantar con seguridad en el quirófano el aparato que estimula el cerebro para percibir los olores.

Crear un implante así exigirá años, advierte Coelho, pero no es imposible. «La idea está bastante clara. No estamos inventando nada radicalmente nuevo», señala. Más bien el equipo está aunando de un modo inédito las técnicas ya existentes.

Moorehead, que sufrió la lesión a raíz de una caída en monopatín cuando enseñaba a ir en él a su hijo de seis años, no es optimista sobre la posibilidad de recuperar el olfato. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de ayudar a los demás, investigadores incluidos. «Resulta tan obvio: es lo que se supone que debía hacer», declara.

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