¿Cómo aprende un niño que el martillo percute?

Existe un debate en el mundo de la psicología y el aprendizaje sobre si los niños que aprenden a usar herramientas (martillo, llave, tenedor) lo hacen porque están asimilando el principio físico que se esconde detrás o si, por el contrario, se guían principalmente por los efectos de acciones concretas. Es decir, si abstraen un conjunto de leyes físicas o si se basan solo en los resultados obtenidos.

Comprender las reglas físicas que gobiernan el mundo constituye una parte esencial del desarrollo cognitivo de los niños. A partir de la observación y del resultado de nuestras acciones, podemos hacernos una de idea de qué herramientas nos permiten resolver ciertas tareas y cuáles no. Sin embargo, la información que recibimos no es en general tan clara y directa como podría pensarse, ya que, en ocasiones, las influencias externas pueden hacer que algo que tendría que funcionar no lo haga o que lo haga al contrario de como debería. ¿Qué conclusiones extraen los niños en tales casos?

Un estudio efectuado por investigadores de la Universidad de Cambridge ha analizado esta cuestión en un contexto en el que fiarse únicamente de los resultados de una acción llevaría a los niños a extraer conclusiones erróneas sobre el funcionamiento de los objetos. El trabajo, publicado en PLOS ONE, parece indicar que, ya a una corta edad, los niños son capaces de basar sus decisiones en una comprensión rudimentaria de las leyes físicas.

Una realidad parcial

Lucy Cheke, investigadora del Departamento de Psicología de la Universidad de Cambridge y una de las autoras del artículo, ilustra el problema de la siguiente manera: «Imaginemos una situación en la que alguien está aprendiendo sobre martillos. Tiene acceso a dos de ellos: uno metálico y otro inflable. En condiciones normales, el objeto metálico conseguiría clavar un clavo en una plancha de madera, mientras que el inflable solo rebotaría. Pero ¿qué ocurriría si nuestra única experiencia con estos dos martillos fuera que no hemos dado en el clavo con el metálico y que, además, hemos empujado el clavo en un agujero preexistente con el inflable? La respuesta dependerá del tipo de información que hayamos extraído de nuestra experiencia de aprendizaje».

En esta situación, comenta Cheke, alguien interesado únicamente en el resultado («aprendiz por recompensa») concluiría que el martillo inflable era la herramienta adecuada e intentaría usarla en el futuro. Por el contrario, alguien interesado en los principios físicos subyacentes («aprendiz por funcionalidad») observaría que el martillo metálico produjo una fuerza de percusión, aunque lo hiciera en el lugar equivocado, mientras que el inflable no, lo que le llevaría a usar el primero.

El cuervo y el cántaro

En el nuevo trabajo, Cheke y sus colaboradores indagaron qué tipo de información extraen los niños en aquellas situaciones en las que las características físicas de una herramienta son observables, pero en las que no queda claro si su empleo permite conseguir el objetivo deseado o no.

Los investigadores plantearon a niños de entre 4 y 11 años una tarea en la que tenían que recuperar una ficha flotante para ganar pegatinas. Para ello, los pequeños tenían un contenedor de agua y un conjunto de herramientas que debían usar para subir el nivel del líquido. Dicho experimento se inspira en una de las fábulas de Esopo, en la que un cuervo sediento se encuentra con un cántaro que contiene algo de agua, pero en el que el nivel del líquido está demasiado bajo para alcanzarlo directamente con el pico. Al final, el pájaro tiene una idea: lanzar piedras al interior de la vasija hasta que el nivel del agua suba lo suficiente como para poder beberla.

Según explican los autores en su trabajo, el paradigma de la fábula de Esopo ha sido empleado en varias ocasiones para investigar el uso que hacen los niños de las herramientas. Sin embargo, tales estudios suelen mezclar la información sobre la funcionalidad de un utensilio con la relativa a la recompensa, lo que hace imposible distinguir entre un comportamiento motivado por un entendimiento de las leyes físicas de otro basado en el historial de resultados. En este sentido, la novedad del nuevo trabajo radica en el uso de un diseño experimental que sí permitía distinguir entre ambos comportamientos.

En el nuevo test, algunas herramientas eran «funcionales» y otras no. Las primeras se hundían y, de esta manera, conseguían elevar el nivel del agua y permitían a los pequeños alcanzar la ficha. No obstante, en ocasiones el contenedor tenía pérdidas, por lo que se vaciaba por sí solo y las herramientas funcionales no lograban el objetivo deseado. En otros casos, el recipiente se llenaba través de una válvula, de modo que el uso de herramientas inapropiadas concluía con la consecución de las pegatinas.

Tras someter a los niños a estas sesiones de aprendizaje, los investigadores les proporcionaron un contender estándar y les dieron a elegir entre distintos tipos de herramientas. A partir de las elecciones de los pequeños, los autores extrajeron qué tipo de información previa había tenido más relevancia en su decisión: la función o la recompensa.

Siete años, edad clave

«Un niño no tiene por qué conocer al detalle las reglas físicas que hacen funcionar una herramienta para tener el presentimiento de si esta debería funcionar o no», aclara Elsa Loissel, firmante del artículo. «Por tanto, podemos estudiar si su toma de decisione se basa en principios físicos, aunque sin exigirles que entiendan explícitamente la física.»

«Esperábamos que los niños más mayores, con una comprensión rudimentaria de las fuerzas físicas, escogerían basándose en la función. Sin embargo, cabía suponer que los niños de menor edad se ajustarían a un esquema de aprendizaje más sencillo y tomarían sus decisiones a partir de las recompensas obtenidas», explica Cheke. «Sin embargo, no fue eso lo que observamos.»

En general, la información sobre la recompensa no permitía nunca predecir de manera fiable el comportamiento de los niños. En cuanto a la información relativa a la funcionalidad, los investigadores observaron que esta iba ganando importancia con la edad hasta llegar a los 7 años, momento en el que se convertía en el factor dominante a la hora de tomar decisiones. «Esto sugiere que, sorprendentemente, los niños empiezan a priorizar la información sobre la física en relación a las recompensas desde una edad tan temprana como los 7 años, incluso cuando ambos tipos de datos se hallan en conflicto», concluye Cheke.

Fuente: Universidad de Cambridge

Referencia: «Exploring the relative contributions of reward-history and functionality information to children’s acquisition of the Aesop’s fable task», Elsa Loissel, Lucy Cheke y Nicola Clayton en PLOS ONE vol. 13, n.o 2, e0193264, 23 de febrero de 2018.

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